1969
Italia/España
Director: Tonino Valerri
Reparto: Giuliano Gemma, Fernando Rey, Van Johnson, Warren Vanders, Antonio Casas, Benito Stefanelli, Frank Braña, José Calvo, Angel Alvarez, Maria Jesus Cuadra, Ray Saunders, Jose Suarez, Manuel Zarzo, Mike Harvey, Julio Pena, Lorenzo Robledo, Massimo Carocci, Angel del Pozo, Norma Jordan, Franco Meroni, Luis Rico Pelaez, Maria Luisa Sala, Francisco Sanz, Ralph Neville, Lisardo Iglesias, Joaquin Parra, Jose Canalejas, Riccardo Pizzuti, Carlos Bravo
Guión: Massimo Patrizi, Ernesto Gastaldi
Fotografía: Stelvio Massi
Música: Luis Enríquez Bacalov
Tonino Valerri, para mí uno de los mejores y, junto a Sergio Sollima, más elegantes directores del spaghetti western, cuenta con una breve pero muy original filmografía en este subgénero. Así, tras su primera y más impersonal incursión, “Cazador de recompensas” (1966), en la que se aprecia todavía la fuerte influencia de su maestro Sergio Leone con el que había colaborado en “Por un puñado de dólares” y “La muerte tenía un precio”, realizará un puñado de largometrajes que se caracterizan por su originalidad: “El día de la ira” (1967), película de una gran profundidad moral y con un inusual desarrollo de los personajes principales que constituye una de las cumbres del spaghetti; “Una razón para vivir y otra para morir”, una especie de adaptación de “Doce del patíbulo” al universo del western pero carente de la visión heroica de aquella y en la que destaca el ritmo pausado con el que está narrada hasta llegar al explosivo final; y “Mi nombre es ninguno” (1973) producida y, por lo que he leído, codirigida por su maestro Leone que supuso el acta de defunción no sólo del western clásico vencido por el spaghetti, sino de éste finiquitado por la corriente cómica surgida a partir del éxito de “Le llamaban Trinidad”.
Con esta coproducción italo-española de 1969 y partiendo del asesinato real del presidente James Garfield en 1881, trasladará, para mí con gran acierto, al mundo del spaghetti western el asesinato de John F. Kennedy ocurrido en Dallas en 1963, de cuya conmoción no se había repuesto todavía el mundo en el año de realización del film. Así pues nos encontramos ante una especie de western de política ficción que denuncia la corrupción política, las cloacas del estado y el control de la prensa por el poder económico con intención de crear corrientes de opinión favorables a sus intereses; así como, reflexiona sobre la razón de estado como bien supremo por encima de los individuos y el peligro que supone el conocimiento de la verdad. Por tanto, se trata del western más politizado realizado por Valerrii que creo constituye un antecedente de una serie de films norteamericanos de gran popularidad en los años setenta, con los que entroncaría, cuyo tema central era la conspiración política: “Acción ejecutiva” (1973), “El último testigo” (1974) o “Los tres días del Cóndor” (1975).
La Guerra Civil ha finalizado. Para intentar restañar las heridas, el presidente de los Estados Unidos James Garfield decide trasladarse a Dallas para explicar a los reticentes habitantes del estado de Texas las líneas maestras de su ideario político, continuista del de Abraham Lincoln. Pero tanto sus intentos de acabar con la discriminación racial como de imponer una mayor redistribución de la riqueza a través de una política fiscal más justa chocan con la mentalidad reaccionaria e inmovilista de los prohombres del estado (gobernador, grandes terratenientes, banqueros, etc) que planean asesinarlo.
Valerii para poner en pie el proyecto contó con un presupuesto superior a la media en este tipo de productos gracias a Bianco Manini, responsable de la extraordinaria “Yo soy la revolución”, y con la colaboración de su guionista habitual Ernesto Gastaldi y de Massimo Patrizi, los cuales escribieron un libreto que convierte este spaghetti en una película de denuncia y todo ello respetando los postulados de este subgénero. Así nos encontramos con una película muy entretenida, a pesar de los escasos fallos que más tarde comentaré, en la que están perfectamente combinadas las escenas reflexivas: discurso del presidente, conversaciones con diálogos entre los protagonistas en los que se deslizan unos mensajes un tanto ingenuos (“Un revólver no puede acabar con una idea”, “Queremos la justicia y la igualdad de derechos pero esperamos que alguien nos los sirva en bandeja de plata”) con las escasas pero magníficas escenas de acción (sobre todo el enfrentamiento en el desfiladero).
La labor en la dirección de Valerii es brillante y más cercana al clasicismo que a los modelos europeos, salvo por algunos concesiones como el uso reiterativo en determinadas escenas del zoom. Nos vamos a encontrar con exquisitos movimientos de cámara, bellísimos encuadres y abundantes planos largos que me gustan mucho, además de rodar con gran acierto las escenas de tiroteos.
Otros elementos destacados son: la gran labor de Stelvio Massi como director de fotografía, la estupenda ambientación y la magnífica banda sonora compuesta por Luis Bacalov con un gran y melancólico tema principal que comienza con el predominante sonido de una armónica para poco a poco ir incorporando los distintos instrumentos orquestales, además de contar con buenos temas incidentales, en especial uno de ritmo más vivo e inspiración clásica, muy bien utilizados y que potencian la acción.
En cuanto a los actores, cabe señalar que la estrella absoluta es Giuliano Gemma, quien ofrece otra buena interpretación como Bill Willer, un joven que se verá involucrado en la conspiración para asesinar al presidente y que logrará salvarlo de un primer atentado. Al igual que le ocurría a Scott Mary en “El día de la ira”, es un personaje que sufre una gran evolución, en este caso pasará de ser un joven idealista capaz de enfrentarse a sus vecinos e, incluso, a su padre por defender en la Guerra de Secesión sus ideales, a terminar por claudicar de su intento de destapar toda la verdad sobre el asesinato del presidente y las personas que lo rodeaban, asumiendo que ésta podría ser muy dañina para el futuro de la nación; venciendo, de esta forma, la razón de estado sobre la verdad. Junto a él un grupo de veteranos secundarios que constituían todo un lujo para las películas en las que participaban y que, como solía ser habitual, bordan sus papeles: Fernando Rey como el pérfido banquero Pinkerton, símbolo de los grandes y corruptos capitalistas que utilizan para sus intereses al poder político y a la prensa; José Calvo como el alcoholizado pero lúcido y honrado médico que atenderá al presidente tras el atentado; Antonio Casas en el papel del desdichado y confiado padre de Bill; y José Suárez en el rol del Vicepresidente, al que los prohombres de Dallas chantajean por su pasado y que intentará mantener viva la memoria del presidente asesinado, en una clara alusión a Lyndon B. Johnson, nacido también en Texas, con un pasado político algo turbio (fue elegido como senador tras unas votaciones un tanto irregulares) y continuador de las grandes reformas sociales y económicas de Kennedy tras su muerte. Además la película cuenta con buenas interpretaciones de Manolo Zarzo, gran actor no excesivamente reconocido, que encarna al joven e idealista periodista que se convierte en el gran apoyo de Bill, de Benito Steffanelli en el papel del corrupto sheriff, la verdad es que no entiendo como este actor no tuvo mayor proyección en este género, y de Ray Saunders como el Lee Harvey Oswald de turno, es decir el chivo expiatorio. El elenco se completa con la participación especial de Van Johnson, ya en plena decadencia, una estrella de Hollywood durante los años cuarenta y cincuenta mientras mantuvo su contrato con la poderosa Metro Goldwyn Mayer (“Treinta segundos sobre Tokio” (1944), “Sublime decisión” (1948), “El motín del Caine” (1954), “La última vez que vi París” (1954), “A 23 pasos de Baker Street” (1956), etc.) que en esta ocasión encarna al bienintencionado presidente Garfield, y con rostros habituales de este subgénero: Ángel del Pozo, Frank Braña, Lorenzo Robledo, José Canalejas, Paco Sanz.
Sobre los aspectos negativos destacaría entre otros:
-Algunas escenas que parecen un relleno, como la de la cantante negra en el salón o la muy “spaghettera” y espectacular del enfrentamiento a oscuras y con un puro encendido entre Bill y el sheriff que, narrativamente, no tiene sentido.
-La escasa sensación de gran urbe que da la ciudad de Dallas, ya que parece un pequeño pueblo (creo que se hubieran necesitado más casas y, sobre todo, muchos más extras para la escena del atentado).
-El discurso excesivamente ingenuo y forzado, para reforzar el paralelismo entre Garfield y Kennedy, del presidente. Incluso pronuncia una frase, “Yo sueño cómo podría ser y digo por qué no” que podría haber firmado el tristemente asesinado presidente de los EEUU.
Son estos pequeños fallos los que, para mí, evitan que la considere en el grupo de los mejores spaghettis.
Gracias a un amigo que me la prestó, he podido disfrutar de la copia puesta a la venta por Filmax, que por una vez cuenta con buenos sonido e imagen.
En definitiva creo que estamos ante un gran, original y atípico spaghetti que combina perfectamente dos géneros en principio muy diferentes como son el western y el thriller político y está, como era habitual en él, brillantemente dirigido por Tonino Valerii.
PUNTUACIÓN:
HISTORIA: 8
AMBIENTACIÓN: 7
DIRECCIÓN: 8
ACTORES: 8
MÚSICA: 8
DIRECCIÓN: 8
ACTORES: 8
MÚSICA: 8
MEDIA: 7,8