miércoles, 27 de junio de 2012

viernes, 15 de junio de 2012

TRES HOMBRES BUENOS


Tres hombres buenos 
1963
España-Italia
Director: Joaquín Romero Marchent
Reparto: Geoffrey Horne, Paul Piaget, Fernando Sancho, Robert Hundar, Massimo Carocci, Cristina Gaioni, Giuseppe Addobatti, Raf Baldassarre, Aldo Sambrell, Rosa del Río, Antonio Gradoli, José Jaspe, Donatella Marrosu, Turia Nelson, Jesús Tordesillas, Simón Arriaga, Jesús Guzmán 
Guión: Jose Mallorquí
Fotografía: Rafael Pacheco
Música: Manuel Parada

Coproducción italo-española de 1963 en la que intervinieron tres nombres capitales para el nacimiento del western europeo: el productor Eduardo Manzanos Brochero, el escritor y guionista José Mallorquí y el director Joaquín Luis Romero Marchent, que ya habían colaborado en el primitivo díptico sobre personaje creado por Mallorquí, “El Coyote” (“El Coyote” de 1955 y “La justicia del Coyote” de 1956); para embarcarse en 1962 en la adaptación al cine de otro héroe popular de origen hispano, “El Zorro” creado por Johnston McCullen, en otros dos filmes “La venganza del Zorro” y “Cabalgando hacia la muerte”. En esta última se incorporó al terceto como productor el abogado Alberto Grimaldi, otro personaje fundamental para el desarrollo del euro-western.

Animados por la acogida, sobre todo en Italia, de las aventuras del Zorro el cuarteto decide realizar otro western para lo que adaptarán de nuevo unos personajes creados por Mallorquí, bajo el seudónimo de Amadeo Conde, con anterioridad a “El Coyote” y como encargo de la Editorial Molino para competir con el personaje de “Pete Rice”, en la serie de marcado carácter hispánico Tres hombres buenos, de la que se editaron catorce títulos entre 1942 y 1947, con ilustraciones, entre otros, del prestigioso Carlos Freixas.  

SINOPSIS: La mujer de Don César Guzmán, un hacendado de origen español, es asesinada por un grupo de bandidos que, además, le roban el dinero que tenía depositado en su caja fuerte. A partir de ese momento el objeto de la vida del hacendado lo constituirá la venganza, para la que contará con dos pistas, un alfiler que arrancó su mujer al asesino antes de morir y la herradura perdida por uno de los caballos de los bandoleros; así como, con la desinteresada ayuda de dos pistoleros, el portugués Joao de Silveira y el mejicano Diego Abriles. 

La película, por tanto, pivota en torno al argumento de la venganza, uno de los temas más desarrollados por los westerns hechos en Europa, incluso por el propio director en sus dos mejores westerns (la estupenda y comentada en este blog “Condenados a vivir” no creo que se pueda considerar así) pero sin la hondura y profundidad con la que fue tratada en los mismos. Así, en la también comentada en este blog “El sabor de la venganza” (1963), Romero Marchent nos mostraba en la fabulosa escena final cómo ésta sólo genera muerte y dolor, y en “Antes llega la muerte” (1964), que también cuenta con su correspondiente entrada, el personaje de Ringo se embarcaba en un viaje físico y espiritual, en el que el perdón jugaba un papel básico, que le transformaba profundamente y, en cierta forma, le redimía convirtiéndole en un hombre nuevo, como quedaba puesto de manifiesto en una bellísima escena en la que ofrecía agua de su cantimplora a aquél que herido de muerte había sido hasta ese momento el objeto de su venganza. Sin embargo, y a diferencia de estas películas, el largometraje que nos ocupa carece de cualquier consideración moral en torno a la venganza y el protagonista actúa de forma monolítica (muy avanzado el filme, ante la pregunta de una vecina acerca de la posibilidad de que perdone a los asesinos de su mujer, él sin dudarlo responde “Nunca, ni aún después de muertos los perdonaré”). 

Pero, para mí, el principal problema no radica en esta falta de consideraciones morales sino en la irregularidad del filme, que cuenta con un comienzo vertiginoso en el que asistimos al asesinato de la mujer del protagonista, al ajusticiamiento por parte del héroe de tres de los participantes en el luctuoso acontecimiento, a su encuentro con el portugués, al enterramiento de su mujer y al enfrentamiento de César con otro de los bandidos; para a partir de ese momento, que coincide con la aparición de Diego, la película hacerse más dispersa, abandonar durante gran parte del metraje el tema principal centrándose en otra subtrama basada en la corrupción existente en Fuente Cedros y dar mayor protagonismo a la relación amor-odio existente entre Joao y Diego, con lo que el desarrollo de la historia y el ritmo de la película se resienten notablemente.

Por el contrario, como aspecto positivo tenemos la más que correcta y clásica labor del director que consigue escenas bastante notables como aquella con la que se inicia la película mediante un bello y largo travelling a lo largo de una tapia, la del cementerio con un precioso contrapicados desde la tumba enfocando al desconsolado héroe o el enfrentamiento final entre Diego y el sicario McCoy en la oficina del sheriff que se produce fuera de campo con lo que consigue un momento de gran suspense hasta conocer el resultado del mismo. No obstante en su debe, para mí, debe anotarse esa tendencia excesiva hacia el melodrama con escenas que no aportan demasiado al filme y rompen el ritmo de la película como en la que Don César vuelve a su hacienda vacía y recorre desconsoladamente las distintas habitaciones de la misma, secuencia orquestada, además, con un tema excesivamente trágico.

Por otra parte el espíritu clásico del filme, apuntado en la dirección, queda también patente en algunas referencias a westerns estadounidenses. Así, no creo que sea casualidad que los bandidos sean siete, número mágico para el aficionado al western desde que John Sturges hizo cabalgar en 1959 a sus magníficos; mientras que la escena en la que vemos pasar los años mientras Don César y Joao buscan a los asesinos de la esposa del primero por unos paisajes nevados me recordó a otra muy similar de “Centauros del desierto” (John Ford, 1956). Incluso la estructura circular del largometraje, al comenzar y finalizar en la misma localidad, también recuerda a la mencionada obra maestra, aunque este hecho no sé si se debió a la necesidad de convertir la obligación en virtud ante el escaso presupuesto con el que se contó, como se aprecia en las escasas localizaciones y en la pobre ambientación de la película.  

Otro aliciente del largometraje lo constituye el elenco actoral, puesto que salvo en el caso del protagonista, el soso actor argentino Geofrey Horne que tuvo su momento de gloria al formar parte en 1957, junto a William Holden y Jack Hawkins, del comando encargado de volar “El puente sobre el Río Kwai” en la grandiosa superproducción de David Lean, forman parte del reparto interpretes cuyos rostros se harían muy familiares para los aficionados a este subgénero. Así, como los amigos de Don César Guzmán nos encontramos por una parte a Paul Piaget, una especie de Charlton Heston europeo pero sin el carisma y el talento de éste que rodaría siete westerns en apenas cuatro años para después desaparecer, dando vida al curioso, por ser una figura de nacionalidad extraña para un western, pistolero portugués Joao de Silveira, el típico aventurero romántico, de nuevo recuerda a algún personaje de “Los siete magníficos”, que ayudará desinteresadamente a Don César porque según sus propias palabras “sin riesgo en la vida no merece la pena vivir”; mientras que el gran Fernando Sancho, uno de los iconos indiscutibles del western hecho en Europa, encarna al mejicano Diego Abriles, un personaje que repetirá en decenas de spaghettis y que se caracterizaría por su personalidad expansiva y dicharachera, además de presentárnoslo aquí como un individuo enamoradizo y, al igual que el portugués, muy celoso de su honor lo que le lleva a estar dispuesto en todo momento a batirse en duelo. Como personajes negativos nos encontramos al “marchentiano” Robert Hundar, en realidad Claudio Undari, que con el paso del tiempo se convertiría en uno de los grandes malvados de este subgénero, interpretando en esta ocasión al pérfido pistolero McCoy, el cual presenta muchas características con el personaje al que daría vida al año siguiente en la también comentada en este blog “Brandy”, puesto que pone sus revólveres al servicio del alcalde corrupto y viste totalmente de negro; además de en pequeños papeles a Raf Baldassarre como el corrupto ayudante del sheriff de Fuente Cedros y a Lorenzo Robledo como uno de los bandidos. Por supuesto no puedo dejar de citar a un insólito, por aparecer afeitado, Aldo Sambrell, figura casi indispensable del euro-western, en su debut en este subgénero en un papel, ¡cómo no!, de villano. 

Por último, y en relación tanto con los personajes como con la ambientación del largometraje, cabe señalar otra característica de los filmes de esta primera etapa en los que intervino Mallorquí consistente en el peso del elemento hispano. Así, la película se desarrolla en un pueblo fronterizo y dos de los principales personajes son hispanos: Don César, un californiano de origen español, y Abriles, un mejicano bebedor de tequila y no de whisky, que, además, son los personajes positivos frente a los negativos (McCoy, el alcalde Hopkins, Bannon), todos ellos de ascendencia anglosajona (incluso el honrado sheriff de Fuente Cedros que renuncia a su cargo para no encarcelar a los héroes se llama José María y el único hacendado que apoya a Don César es don Julio Benavente). 

Como curiosidad relacionada con los primeros westerns rodados en España, comentaros que en el díptico sobre “El Coyote” y, por lo menos, en uno de los dos filmes sobre “El Zorro” participó como guionista el posteriormente director de culto Jesús Franco. 

En definitiva, un correcto western cuyo mayor hándicap es su exiguo presupuesto pero con un valor histórico indudable, por lo que lo recomiendo, sobre todo, para aquellos aficionados especialmente interesados en el inicio de la andadura del western hecho en Europa.  


PUNTUACIÓN:

HISTORIA: 5 
AMBIENTACIÓN: 4 
DIRECCIÓN: 6 
ACTORES: 5 
MÚSICA: 5 

MEDIA: 5

miércoles, 13 de junio de 2012

Leo Anchóriz


Actor español (Almería 1929-Madrid 1987) cuyo verdadero nombre era Mariano Leopardo de Anchóriz Fustel y al que también se le pudo ver en alguna coproducción bajo el seudónimo de Leo Anchoris.

Hombre inquieto, de fuerte personalidad, basta cultura (estudió, tras la Guerra Civil, Bellas Artes en la Real Academia de San Fernando y también se acercó al mundo de la escritura y la música) y gran inteligencia, pronto dirigiría sus pasos, gracias a sus amigos Conchita Montes y Pedro Lazaga, hacia la interpretación. No obstante nunca olvidó su inclinación por la pintura, sobre todo como afamado cartelista, alternando ambos oficios; e, incluso, aplicó sus conocimientos pictóricos al mundo del teatro y el cine, y se le pudo ver en representaciones teatrales y filmes en calidad de decorador y director artístico.

Gran amigo, además de Pedro Lazaga, de directores como José María Forqué, Jaime de Armiñán y Enzo G. Castellari, con cuya familia llegó a vivir en Roma, su andadura como actor se inició en 1957 con “Las muchachas de azul”, típica comedia de parejas dirigida por Pedro Lazaga que contó con un gran reparto encabezado por Analía Gadé, Fernando Fernán Gómez y Tony Leblanc, a la que siguieron “El Tigre de Chamberi” (1958) una divertida comedia de boxeo con José Luis Ozores y, otra vez, Tony Leblanc, el drama rural con tratamiento casi de western “Duelo en la cañada” (1959) del injustamente olvidado Manuel Mur Oti y “Milagro a los cobardes” (1962), otro drama, en este caso en torno a la vida de Jesús de Nazareth, de nuevo dirigido por Mur Oti y protagonizado por la norteamericana Ruth Roman por el que obtuvo el premio al Actor Revelación en el Festival de San Sebastián .

Con el comienzo de la década de los sesenta y el auge del cine de género europeo se le podrá ver en numerosas coproducciones: péplum como “El gladiador invencible” (1961) y “El valle de los hombres de piedra” (1963), ambas dirigidas por Alberto de Martino y con Richard Harrison en el papel estelar; aventuras como los dos filmes sobre Sandokán, personaje creado por Emilio Salgari al que dio vida el culturista Steve Reeves, que fueron dirigidos sucesivamente en 1963 (“Sandokán el magnífico”) y 1964 (“Los piratas de Malasia”) por Umberto Lenzi; terror como “Horror” (1963) de nuevo dirigido por Alberto De Martino; bélicas como la curiosa “Marcha o muere” (1962) sobre un pelotón francés, liderado por un maduro Stewart Granger, en la Guerra de Argelia; y, por supuesto, westerns, de los que llegó a rodar diez en doce años, entre los que destacan “Los desesperados” (Julio Buchs, 1969) en el que encarnaba a uno de los miembros de la banda liderada por George Hilton y “Mátalos y vuelve” (1968) una especie de “Doce del patíbulo” trasladado al Oeste por Enzo G. Castellari, con el que colaboraría en el guión del thriller “Los fríos ojos del miedo” (1971) protagonizada por varios habituales del spaghetti como Frank Wolff y Gianni Garko.

Al mismo tiempo se le siguió viendo en películas españolas (comedias, dramas, e incluso musicales al servicio de Sara Montiel y Marisol) y en televisión en series como “Confidencias”, “Tiempo y hora”, “Ficciones” o concursos como “A simple vista”, además de desarrollar su carrera como guionista, en títulos como “Carola de día, Carola de noche” (Jaime de Armiñan, 1969) o “La petición” dirigida en 1976 por Pilar Miró con la que volvería a colaborar aunque sin estar acreditado en “Gary Cooper que está en los cielos”, y su faceta de director artístico en largometrajes como “No es nada, mamá, sólo un juego” (José María Forqué, 1974).

Su última aparición delante de una cámara tuvo lugar en el episodio “Tango” (1977) de la serie de televisión “Teatro Club”.

Filmografía SW:

1965.- El dedo en el gatillo. 
1966.- Siete pistolas para los Mac Gregor
1967.- Siete mujeres para los Mac Gregor. 
1968.- Llego, veo, disparo. 
1968.- Mátalos y vuelve.  
1969.- Los desesperados. 
1971.- O Cangançeiro. 
1972.- ¡Qué nos importa la revolución!. 
1973.- Todos para uno, golpes para todos. 
1976.- Los locos del oro negro.